CATACLISMO

SIEMPRE SEREMOS RECOLECTORAS

SIEMPRE SEREMOS RECOLECTORAS
Ana Quiroga

Se adelantó a Godard y a tantos otros con su película La pointe courte, estrenada en 1954. Un homenaje a la vida sencilla a la que el cine de aquella época no nos tenía muy acostumbrados. Rompió con el silencio en Cléo de 5 à 7 (1962), protagonizada por una joven que supera la crisálida del patriarcado para hacer frente a un cáncer terminal. Se atrevió con Réponse de femmes (1975), haciendo propio y volviendo imagen el lema de Kate Millet, «lo personal es político». Desveló el secreto de las musas en Jane B. par Agnès V. (1987). Y nos enseñó a recolectar en Les glaneurs et la glaneuse (2000), anunciando el ahora incuestionable cambio climático.

Réponse de femmes, 1975

Agnès Varda fue, sin lugar a dudas, una de las grandes exponentes del cine y de la cultura francesas. Referente de creadoras, nos dejaba esta mañana de viernes a los noventa años de edad. Sin grandes grandilocuencias, con esa sonrisa honesta que siempre guardaba consigo. Sin pretensiones, dejándonos con su cine y su legado.

A pesar de los innumerables reconocimientos de la Academia, entre los cuales cabría citar ese Oscar de Honor de 2017, su nombre resuena no tanto como el de otros compañeros suyos, que tuvieron la «fortuna» de nacer en masculino singular.


Jane B. par Agnès V., 1987

De Varda se reconoce su labor, pero no tantas veces se la toma como maestra en los manuales universitarios. En un día como hoy, no faltan las efemérides que hablan de «su figura» en la Nouvelle Vague, en detrimento del sujeto político y artístico que fue y seguirá siendo. Quizá, tras los titulares del día de hoy, no quede más de un abismo en su nombre. Quizá con suerte alguna revista cinematográfica se atreva a dedicarle la portada del mes, siempre y cuando algún varón no estrene y se lleve consigo todo protagonismo.

Pese al silencio impuesto, las nuevas generaciones seguirán buceando en su trabajo, descubriendo la necesidad de contar sin artificios una realidad cada vez más deformada y trastocada. De recolectar las palabras silenciadas y acercarse a quienes no son escuchadas, dejando que sus ojos hablen y que sus verdades nos transformen.

Algunas afortunadas pudimos escucharla en directo. Fue hace apenas unos meses, desde las primeras filas de la sala Henri Langlois de la Cinémathèque. En ella, nos habló de desmigajar el peso del colectivo para acercarnos a la persona, al individuo. Desgranando la realidad en cada plano, dejando que la gente filmada se expresase, limitando la intervención de la cámara al mínimo.

Un postulado que parece casi imposible entre tanto onanismo egotista cinematográfico que nos sobrecoge hoy en día. Una realidad de la que Varda parecía consciente, pero no se rendía. La clave, dijo, está en el pequeño dispositivo. En filmar con ternura, dejando a un lado el ego y acercándose plenamente al otro, creando así «el cine del contacto, de lo humano». Y es que, citando a la maestra, «solo a través de la aproximación podremos descubrir el misterio que habita dentro de cada persona, sorprendiéndonos de repente con algo que desconocemos totalmente».

Madre de ese extraño constructo denominado «Nouvelle Vague», Varda seguía apostando hasta el último respiro por un cine de las emociones, primando «la comprensión por encima de la adulación». Apostando por «la suciedad de la imagen por encima de la pureza estética, acompañando al filmado desde la plena aceptación de su realidad, sin imponer nuestros prejuicios a su relato».

Con su enérgica mirada, Varda nos trasladaba su fe en las nuevas generaciones de creadoras. Una fuerza que se siente en cada fotograma de Réponse de femmes, donde da voz a mujeres de todas las generaciones y condiciones, desmitificando la feminidad y rompiendo el halo edificado por el patriarcado. Una energía que Varda aún guardaba en su mirada en esa conferencia a la que algunas tuvimos la suerte de asistir. Lejos de todo cinismo, Varda recordaba la necesidad de seguir luchando por la autonomía de nuestros cuerpos. Frente al discurso de quienes siguen hablando del aborto como una fantasía de la inconsciencia violeta, Varda recordaba a aquellas mujeres cuyas vidas peligraban por la imposición religiosa de otros.

Hoy despertamos un poco más huérfanas, pero sabiéndonos fuertes gracias a la labor de quienes, como Agnès, se atrevieron a filmar por encima de sus posibilidades. De quienes toman el relevo a 24 revoluciones por segundo, leyéndose en femenino plural y devolviéndonos la honestidad visual que tanto necesitamos en épocas grises como la actual.

Pienso en esa joven afrodescendiente de la Fémis (la ECAM francesa) con la que Varda accedió a debatir al final de dicho encuentro en la Henri Langlois. En sus miradas entrecruzadas y en la incisiva mirada que Varda regaló al mediador cuando quiso interrumpir a la estudiante desde sus posición de privilegio. Porque gracias a Agnès y a todas las que siguen tomando las cámaras, caminamos hacia un relato cada vez más abierto. Más libre.

Porque siempre seremos recolectoras. Gracias por todo, Agnès.

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