INMERSION DE MARINA NÚÑEZ O EL DOMINIO DE LAS CATEGORÍAS ESTÉTICAS
Rosa Arenas
Hay discursos de poder que perviven. De igual modo que Platón justificó la división de clases sociales en la ciudad a través de un discurso hilado sutilmente con la natural división tripartita del alma y con la más necesaria clasificación natural de los diferentes tipos de cuerpos (y que Platón me perdone por la osadía de un ataque sin defensa directa posible); de ese mismo modo, opera en muchos manifiestos actuales y preocupantes la convicción inamovible de que a cada uno de nosotros corresponde una naturaleza y una esencia fijas a la que hemos de ser fieles o no ser. Mejor ser conscientes de nuestra propia herencia, sobre todo si nos vemos obligados a neutralizarla.
En el plano consciente de la resistencia al dominio y la necesidad humana de libertad nos encontramos, sobre todo a partir de Foucault, con la luz que permitió entre otros a Judith Butler subscribir la idea de que la materialización de los cuerpos es el efecto de una dinámica de poder. Son las normas las que instauran la consolidación de una apariencia. No hay nada natural en ello.
La práctica artística de Marina Núñez y la complejidad de sus conceptos son inseparables. Y su obra representa la realidad a través de metáforas y ficciones. En su análisis genealógico del concepto de mímesis Valeriano Bozal nos recordaba que Aristóteles en la Retórica indica como propio de la metáfora poner las cosas ante los ojos, pero no por su parecido directo, sino por la evidencia que en la representación se produce antes de toda reflexión. Lo importante de esto es que la realidad puede mostrarse sin apariencia de realidad y que lo característico del modo de decir del arte es ese impacto inicial. Desde un punto de vista teórico, Marina Núñez se sitúa en la perspectiva que da el concepto de performatividad, entendido como el poder del discurso para producir los fenómenos que impone (Butler, 2018). Estamos aquí, muy lejos de Platón, en el planteamiento de la democracia radical de Judith Butler. Es decir, si no hay esencia natural, no tiene por qué haber límites. De hecho, no los hay.
La ausencia de límites no es precisamente una cuestión baladí en el trabajo de esta artista y teórica. De hecho, si le preguntamos por la categoría estética que considera esencial, se decide sin dudar por lo sublime. La conciencia de la infinitud ante nosotros, carente de límite, que nos sobrepasa produciendo una experiencia estética ambivalente entre el pavor y el éxtasis. Ante esto nos encontraremos al visitar Inmersión, obra que Núñez nos ofrece hasta el dos de mayo en el centro Puertas de Castilla en la ciudad de Murcia. Destacaban sus comisarios, Daniel Soriano y Pablo Sandoval, la impronta surrealista presente en sus trabajos desde los inicios. La instalación no es una excepción.
Nada más entrar, cegados por la oscuridad tupida de la sala, incluso antes de abrir la puerta, nos recibe el sonido. A partir de ahora, nos envuelve sin escapatoria posible una banda sonora en sincronía con la instalación. Nos afecta. Frente a nosotros un muro con infografías que ya conseguimos ver una vez adaptada la vista. Las figuras, en agrupaciones diversas y discretas en cada uno de los paneles nos interpelan. Se confunden con la trama que construye su piel y todo el entorno de la imagen. Fundidas con ese diseño fractal, pero discernibles. Por la pura forma, esa carcasa vacía va configurando en una misma continuidad todos los aparentes lugares y presencias (un anticipo del otro lado).
Sorteando el muro aparece ante nosotros la inmensidad, tras un bosquecillo de cuerpos femeninos embrionarios y luminosos en aparente estado latente. Tres pantallas de considerables dimensiones, una junto a otra, ocupan todo el plano frontal. Desde nuestro punto de vista nos hallamos inmersos, sin referencia espacial, participando del movimiento ilimitado que nos sumerge a velocidad constante. Desaparece toda escala en un movimiento infinito de inmersión/introducción a través de agujeros y oquedades. Una fluctuación hipnótica interrumpida por la repentina aceleración de imagen y sonido que nos anuncia la aparición de las presencias, fantasmas, guerreras, quizá Ofelias meticulosamente ornamentadas en el fondo del olvido. Algo extraño sucede. No hay límite, no hay esencia. Pero sí presencia. He aquí lo siniestro. Las figuras se me encaran, me aproximo a ellas desde un plano (¿cenital?) desde el que las contemplo con una cómoda jerarquía. Pero de repente parecen vivas con su ligero movimiento (de ¿cuello?). Son ahora ellas las que me contemplan, ahora estoy yo bajo su mirada. Bello y siniestro a un tiempo, con la connivencia que Eugenio Trías vaticinaba como articulación ideal de las dos categorías: “La belleza es siempre un velo (ordenado) a través del cual debe presentirse el caos” (Trías, 2014, p. 54).
Bajo su piel no hay nada. No busquéis ninguna esencia. Ni fija, ni cambiante, ni dudosa, ni ambigua. No hay sustancia. ¿No lo veis? Solo un continuo flujo del entorno a la figura y de la figura al entorno. Máscaras, tatuajes o armaduras. Estamos en esa nueva conciencia que debemos a Foucault de que el cuerpo no es otra cosa que la superficie grabada de los acontecimientos (1978). En ocasiones en absoluta soledad, en otras agrupadas, y siempre bajo la misma piel del entorno. Los motivos de ese paisaje infinito que Marina Núñez elabora con el azar de lo fractal, nos llevan a la sugerencia del ornamento que se incardina en el cuerpo para definirlo, a los tatuajes que se funden con las pieles y a las máscaras. Máscaras defensivas al tiempo que ocultan que bajo ellas… no hay nada. Absolutamente nada. Es la propia artista la que se declara afín al paradigma de la política deconstructiva antiesencialista. Son cuerpos que viven únicamente a través de la propia piel que configura el entorno y el medio les atraviesa gracias a su infinita porosidad. No sabemos muy bien si es el entorno el que da forma a las figuras prestándoles esa piel o si esos ornamentos emanan de las figuras para, desde su posición, configurar y determinar uno de los mundos posibles.
Si esto es así, no hay liberación imposible, no hay determinismos absolutos ni lógica natural que imposibilite la performatividad como decurso natural. Núñez muestra ahora, como pocas veces, la precariedad de las estructuras que aparentemente construirían al sujeto. Deconstruye una estructura vacía de contenido. Muestra sujetos que se sostienen por una carcasa que los delimita pero no los define.
Referencias:
Bozal, V. (1987). Mímesis. Las imágenes y las cosas. Madrid: Visor.
Butler, J. (2018). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Espasa Libros.
Foucault, M. (1978). La microfísica del poder. Madrid: La Piqueta.
Trías, E. (2014). Lo bello y lo siniestro. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial.
.
Marina Núñez, Inmersión, Centro Cultural Puertas de Castilla, Murcia. Del 22 de febrero al 2 de mayo de 2019.
.