CATACLISMO

LA FIGURACIÓN ABSTRACTA DE GEORGIA O’KEEFFE

abstractionwhiteroseGeorgia O’Keeffe, Abstraction White Rose, 1927

 

LA FIGURACIÓN ABSTRACTA DE GEORGIA O’KEEFFE
Mª Ángeles Cabré

Georgia O’Keeffe ha llevado a la Tate Modern su espíritu libre y, como en uno de sus lienzos mexicanos, donde el paisaje desértico parece haber barrido escenarios anteriores, con ella comienza una etapa nueva. Y es que resulta que es verdad, que con la pirámide que han levantado Herzog y De Meuron en la Tate, y que amplía el edificio primigenio sumándole verticalidad, ha llegado también una nueva forma de concebir los espacios de arte en lo que respecta al género. La Tate ha dicho basta a esa arraigada y extendida costumbre de los centros de arte de albergar un 5%, un 10% o a lo sumo un 15% de obras de mujeres.

Bajo la dirección de Frances Morris, tanto la colección como las exposiciones van a tener que adaptarse a los nuevos tiempos y las mujeres artistas van a pasar a estar mucho más representadas, infinitamente más representadas. La meta de esta valiente londinense: que alcancen el 50%. Como ella misma ya había realizado en 2007, una antológica de Louise Bourgeois, que la programación actual incluya una habitación reservada a la artista francesa –araña incluida– resulta del todo coherente. Pero mientras Bourgeois se nacionalizó como estadounidense, es una norteamericana de nacimiento la artista que ha inaugurado el mandato de Morris: Georgia O’Keeffe (Wisconsin, 1887-Santa Fe, Nuevo México, 1986).

La antológica que se ha exhibido estos meses en la Tate es contundente, tanto por la valía de las piezas como por el exhaustivo recorrido que realizan. Agrupadas por etapas y ordenadas cronológicamente, podría sin embargo pecar menos de linealidad y apelar a la originalidad en la disposición, pues los materiales se prestaban a ello. Explicar de una vez a las mujeres artistas y reinventar la historia del arte no tendría que ser incompatible con mostrar el arte con más creatividad..

grey-line-with-black-blue-and-yellowGeorgia O’Keeffe, Grey Lines with Black and Yellow, 1923

De Georgia O’Keeffe, educada artísticamente en Chicago y después en la Universidad de Columbia, se cumple ahora un siglo de su primera exposición, que data de 1916, una excusa estupenda para recordarla en toda su amplitud. Ya en los años 20 O’Keeffe ejecutaba cuadros poderosos, como esa maravilla formal y cromática, a caballo entre la figuración y la abstracción, que es «Grey Lines with Black and Yellow» (1923), que Judy Chicago y Schapiro convirtieron en un sexo abierto y en una lectura de la sexualidad femenina. Quién sabe qué verán en él los que compren el imán de nevera que lo reproduce y venden en la tienda del museo. La magia de la representación convertida en sugestión se halla también en pequeñas piezas como «Two figs», del mismo año, donde nos negamos a ver tan sólo un modesto bodegón.

okeeffe_georgia_rams_headGeorgia O’Keeffe, Ram’s Head with Hollyhock, 1935

Con otra estética mucho más narrativa se presentan obras de esos mismos años como «New York Street with Moon» (1925), una vista nocturna de la calle 47. Aunque son los años 30 los que nos regalan algunas de sus grandes piezas, como ese trifásico arena/negro/azul que es «Black Mesa Landscape». Altas cotas imaginativas alcanzan los lienzos en los que incorpora cornamentas y calaveras de animales, como sucede en  «Ram’s Head with Hollyhock» (1935) o «Deer Horns» (1938). Y de esos fecundos años 30 son también las flores que constituyen sus imágenes más difundidas, como «Jimson Weed» (1932), la imagen usada para anunciar la exposición..

black-placeiiGeorgia O’Keeffe, Black Placell, 1945

Los años 40 invitan a O’Keeffe a incorporar nuevos elementos, en los que confluyen líneas curvas y rectas. La serie «Black Place», inspirada en las formaciones geológicas, es una buena muestra de dicha evolución. Acabamos el recorrido por las salas, atestadas de público curioso –la Tate es siempre un museo concurrido, no como algunos de los nuestros–, con las vistas aéreas que contemplaba en sus recurrentes viajes en avión y que su pincel ajustaba a su mirada sintética. Murió casi centenaria, dejando a sus espaldas una obra muy coherente, que vista en su conjunto desprende armonía. A su lado, testigo de ese recorrido por las formas y el color, el fotógrafo Alfred Stieglitz, el hombre que más le amó, que con sus fotografías acompaña esta exposición y nos la muestra magnética y algo misteriosa.

En los mismos días en que visité la exposición, las Guerrilla Girls andaban agitando sus cifras y sus frases combativas en la misma Tate. Ojalá, si otros grandes centros imitan la nueva política impulsada por Morris, pronto el esforzado trabajo de las Guerrilla no sea necesario.

 

Georgia O’Keeffe, Tate Modern, Londres. Hasta el 30 de octubre de 2016.

 

 

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