CATACLISMO

LA MIRADA OBLICUA DE EVA LOOTZ

LA MIRADA OBLICUA DE EVA LOOTZ
Rocío de la Villa

Los escritos de artistas nos son muy necesarios. A menudo hablan de sus concepciones del arte y de la vida. Siempre, introducen un punto de vista genuino, original, insospechado. A Eva Lootz, libre-pensadora, le gusta escribir. Desconfía de la mirada frontal y prefiere “mirar por el rabillo del ojo”, como ya afirmaba hace una década en su libro Lo visible es un metal inestable. Sus conocimientos son bien fundados y también, amplios y curiosos. Están basados en la experiencia, siempre reflexiva, y aderezados con jugosos jardines de erudición variada, múltiple y sorprendente, trufados de anécdotas que aportan conocimientos enciclopédicos e imprevisibles. Responden a multitud de intereses: poesía, música, física, ingeniería, filosofía… aunque predominan los diálogos con historiadores del arte: Norman Bryson, Martin Jae, Didi-Huberman, y con algunos pensadores: de Wittgenstein, Lacan y Kristeva a Deleuze, a quienes refiere en ocasiones, en argumentos donde se conectan con comentarios sobre nuestra época y que suelen resolverse de una forma poética, con el realce de detalles concretos más o menos cotidianos, pero que se insertan de manera extraordinaria.

Con un bello prólogo de su amiga Chantal Maillard, el libro arranca con una explicación del enigmático título, que remite a una tarde de charla y té y al azucarero en forma de cofre que le ofrece Eva y termina dando sentido a todo lo hablado: la realidad volátil, y la importancia de mirar a lo que está presente. Y finalmente, a una definición: convocar la realidad volátil con perseverancia, con empeño, con persuasión y con astucia, eso sería el arte.

En esta recopilación de escritos, Lootz habla sobre su concepción del arte y sobre la experiencia de ver/mirar; pero también sobre otras cosas. Me parece excepcional, por su generosidad, que el volumen incluya al final retazos biográficos y recuerdos de viajes, entre los que encontramos su retorno a la casa familiar en Viena. Residente en España desde hace décadas, y destacada conocedora de su geografía –incluso de cuencas hidrográficas y mineras, recogidas en su ensayo Escultura negativa–, Eva siempre proyecta un punto de vista norteño sobre la historia del arte. Así, en sus visitas al Museo del Prado, que conoce muy bien: Brueghel, Chardin, Patinir, Rembrandt, Rubens, pero también Zurbarán. Además, comenta las exposiciones de contemporáneos: Morandi, Osawa Nankoku, Sophie Taeuber-Arp, Antonio Pérez, Eva Löfdahl y su amigo Nacho Criado.

En todo caso, la mirada de género planea siempre a lo largo de estas páginas. Una mirada de mujer que, si bien siempre ha estado presente en su trayectoria artística, que podríamos denominar ecofeminista, se hizo más patente desde su exposición A la izquierda del padre en la Casa de la Moneda de Madrid hace diez años. Por entresacar algunos ejemplos, me parece insólito pero certero cuando habla de la “sed materna” que provocan las pinturas tan pastosas de Morandi y que Eva califica de “voluptuosidad de la pintura”. O de la sublimación del lado femenino, al comentar el documental El gran silencio, que muestra la austera vida de los cartujos en la orden más severa de Occidente. Como también Eva, a propósito de su reflexión sobre la visión y la luz y el destello de la ceguera santa, resalta al ciego Tiresias como el primer travestí, al convertirse en mujer y siete años después otra vez en hombre, tras cruzarse con las serpientes. Hay, por otra parte, constantes, que reaparecen como ojos de guadiana: lo textil, está presente en muchos ensayos.

En “Tijeras díscolas”, con ese característico punto de vista norteño sobre artistas y pensadoras, retrocede desde Kara Walker a las románticas alemanas Adela Schopenhauer, Bettina von Arnim; y pensadoras políticas caracterizadas por su honestidad intelectual: Klara Zetkin, Rosa Luxenburg, Emma Goldmann, Hannah Arendt. Hasta su legado en las artes visuales: Paula Modersohn-Becker, Gabriele Münter, Sophie Täuber, Marianne von Werefkin, Lucia Moholy-Nagy, Grete Stern, Hannah Höch o Kathe Kollwitz.

El dibujo de una genealogía matrilineal de acuerdo con Griselda Pollock, vuelve a estar presente en “De monjas a alcaldesas”, donde retrocede desde Manuela Carmena y Ada Colau, y el Quinto Centenario de Teresa de Ávila, a la tradición de las Beguinas y místicas y naturalistas como Hidelgarde von Bingen, y otras muchas. Para concluir estableciendo el feminismo como espacio de reflexión para mujeres y hombres.

Finalmente, quisiera hacer un comentario sobre la descripción de su conversión feminista, que cuenta con cruda sinceridad en un texto fundamental, donde aúna su teoría del arte y de la mirada con el feminismo: “Desconfiar de lo frontal”. Pues si ya estaba bien establecida su defensa de lo oblicuo, lo lateral, lo no-evidente y la serendipia. Y sus alertas para desconfiar de lo obvio, de lo que todo el mundo da por natural, lo brillante, lo espectacular, de la identidad, de la marca, de lo inamovible, de lo frontal, de las victorias y de la historia del arte establecida. En este texto reconoce que a las mujeres no nos ha quedado más remedio que mirar de reojo, a escondidas, como resultado de la condición femenina impuesta. Y desde la que irrumpe una conciencia de pertenecer al bando de los seres en la sombra, de los seres subordinados, cuya palabra tiene escaso valor o no cuenta, adquirida en una experiencia dura pero decisiva: “sentía esa mengua… sentía una falta, una precariedad… sentía la ausencia de una fuerza cómplice”. De ahí, la necesidad de estrategias y mañas: mirar de reojo, hablar con la boca pequeña, “tener mano izquierda”. Pero también, la exigencia de “un feminismo bien articulado, sólido y reflexivo”. Aunque “hoy, hablar de hombre y mujer queda ya rancio», y subraya: «hablemos como individuos contemporáneos”. En un horizonte de resistencia y esperanza.

Eva Lootz, Tener el azúcar bajo llave, Ediciones Asimétricas, Madrid, 2018.

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