CATACLISMO

BRESLAUER, FOTÓGRAFA TEMPORAL

marianne-breslauerMarianne Breslauer, Defense d’affícher, París, 1937

 

BRESLAUER, FOTÓGRAFA TEMPORAL
Mª Ángeles Cabré

El muy femenino París de la Rive Gauche no albergó tan sólo amazonas-escritoras (Gertrude Stein, Djuna Barnes…) y amazonas-pintoras (Romaine Brooks, Marie Laurencine…), sino también amazonas-fotógrafas como la estadounidense Berenice Abott, la polaca Germaine Krull o la alemana Marianne Breslauer, que se perdieron cual flanneurs en sus calles y tomaron la ciudad como modelo, al igual que lo hizo el húngaro André Kerstész, el maestro de las sombras.

Nacida en Berlín en 1901 y fallecida longeva en Zurich, Marianne Breslauer fue hija de una afamado arquitecto y nieta del primer director del Museo de Artes Decorativas de Berlín, donde se formaron artistas como la escultora Renée Sintenis. Breslauer llegó a París para trabajar en el estudio de Man Ray gracias a la mediación de una amiga. En la República de Weimar había decidido dedicarse a la fotografía tras descartar la pintura y quedar prendada del trabajo de la retratista Frieda Riess. Pero Man Ray creyó que la joven estaba suficientemente preparada y la invitó a volar por libre, sin dejar por ello de fotografiar a ese ejemplar de “nueva mujer”: el cabello a lo garçon, el jersey rayado, la expresión seria.

Mariane Breslauer, Annemarie Schwarzenbach con su coche y un pastor por los Pirineos, 1933

Aunque en esta exposición el protagonista no es tanto el trabajo que Breslauer realizó en la capital francesa –que por supuesto también tiene su espacio–, sino las fotografías que tomó en un viaje por España realizado en 1933. Un viaje especial, realizado en compañía de la escritora suiza Annemarie Schwarzenbach, y no con destino a la mítica Andalucía, como hubiera sido de esperar, sino a Cataluña. Ese dato redobla el interés del MNAC por darla a conocer aquí, donde hasta la fecha nada sabíamos de ella.

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Recorriendo las diversas series que se exhiben, constatamos que la fuerza de su mirada reside en acercarse a lo que quiere fotografiar desde la naturalidad y sin efectismo alguno. Huye de los espacios más grandilocuentes y recala en objetos cotidianos y escenas familiares: unas sillas y un caballito de madera de los Jardines de Luxemburgo, pescadores con las cañas colgantes sobre el Sena, modelos berlinesas en las pausas del trabajo, ociosos contertulios en una terraza a orillas del lago de Puigcerdá… Incluso cuando retrata a Picasso lo toma medio de espaldas, como quien no quiere retratar al pintor celebérrimo sino al hombre corriente y moliente.

Antes de realizar el viaje a España, Breslauer trabajó un tiempo como fotógrafa en una editorial y luego se instaló por libre. Que sus fotos fueran atemporales, no ligadas a ninguna actualidad, le permitió irlas colocando aquí y allá. También realizó algunos reportajes de ficción para prensa, como “El tiempo libre de una chica trabajadora”, una propuesta con una estética de rabiosa actualidad que podría firmar hoy cualquier joven artista o incluso una Sophie Calle.

Selbstporträt, Berlin, 1933Mariane Breslauer, Autorretrato, Berlín, 1932

A pesar de lo amplio del abanico mostrado, cabe destacar su espléndido autorretrato (1933) con la bata abierta y la desnudez asomando sin prejuicios, la corta melena inclinada sobre el visor de su cámara Mentor. Jamás hasta la fecha se había visto esa modalidad de reafirmación de feminidad y oficio a un tiempo. Y cómo no destacan las fotos que le hizo a Schwarzenbach, que han quedado como iconos de la bella y andrógina suiza, de vida intensa y trágica, las fotos más hermosas que de ella se hicieron. Tanto Annemarie como algunas otras de las amigas retratadas, it-girls de cautivadora elegancia y sobria sensualidad que igual toman el sol en bañador sobre la arena de la playa o se nos presentan bien atildadas, tiñen de glamur esta exposición-joya.

Mercedes Valdivieso, su comisaria, comenta en el texto que recorre el catálogo que uno de los recursos usados frecuentemente por Breslauer consiste en dejar fuera del marco de la fotografía algún elemento que el espectador debe adivinar y explicaría el gesto de la persona fotografiada o de la acción, lo que se traduce en personajes que no sabemos ni dónde miran ni qué ven. Si a eso le sumamos la convicción de la fotógrafa de que una buena fotografía es aquella que te atrapa y también su negativa a participar de la entonces en boga Nueva Objetividad para inclinarse por territorios más poéticos –una mezcla de realidad y poesía–, tenemos la síntesis de esta alemana que se subió al carro de la práctica fotográfica en unos años en que se empezó a considerar también tarea de mujeres.

En vista de la calidad de su trabajo, es de lamentar que el matrimonio y la crianza de los hijos llevaran a Breslauer a abandonar la práctica fotográfica, aunque acabara convirtiéndose en una reputada marchante de arte al ocupar el lugar que su marido dejó al morir -un poco en la línea de Madame Curie-. Por el contrario alegra que a finales de los años 70 se la empezara a recuperar y que pudiera disfrutar en vida de la exposición que en 1994 se realizó en Essen bajo el significativo título de “Fotografiar significaba participar”; una iniciativa que quiso impedir que una cincuentena de fotógrafas de la República de Weimar cayera en el olvido. Breslauer fue una de las pocas supervivientes que llegó a ver ese homenaje colectivo.

 

Marianne Breslauer, Fotografías 1927-1938, MNAC, Barcelona. Hasta el 29 de enero de 2017.

http://museunacional.cat/es/marianne-breslauer-fotografias-1927-1938

 

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