STEAMPUNK, UN PROYECTO DE NIEVES CORREA
Marta Mantecón
No sabes dónde vas, guarda en tu memoria de dónde vienes.
Vinciane Despret1
Futuro anterior: nosotras habremos sido. Tiempo compuesto que en gramática francesa se utiliza para expresar acciones que se habrán completado antes de otra acción futura. Su equivalente en español es el llamado “futuro perfecto”. Lo que viene antes, repite o ensaya lo que va a seguir, señala Vinciane Despret, pues “no reproducimos los actos del pasado (salvo en el sentido de producirlos de nuevo), los actos del pasado «repetían» lo que luego constituirán como futuro”2. Cuando alguien muere, atraviesa temporalidades y se proyecta en el futuro una y otra vez.
Encarnarse. Aparecer de nuevo. Ensayar otras formas de puesta en presencia. Construir materialmente una existencia que fue. Repetir sus gestos. Prolongar sus hábitos. Explorar los intersticios de la memoria. Bucear en la propia genealogía y ponerla en crisis. Memento illam vixisse3.
La obra de Nieves Correa se nutre de acciones que ponen el acento en pequeños gestos y en situaciones cotidianas en las que apenas reparamos. “La repetición del gesto genera el rito, y el rito invoca la memoria”4, sostiene Tomás Ruiz-Rivas, pero ¿cómo reconstruir una narrativa fragmentada e incompleta?, ¿de cuántas maneras podemos afirmar una existencia?, ¿cuál es el modo singular de estar presente de alguien que ha muerto?, ¿qué nos mantiene vivos? y, por último, siguiendo a Maite Garbayo, ¿cómo ocupar un lugar o hacerse presente sin doblegarse a los regímenes hegemónicos de representación y visibilidad?5.
Estructurado en tres capítulos y un epílogo, este proyecto está vertebrado por una genealogía personal, reconstruida a través de objetos, recuerdos, mitologías y leyendas familiares, el propio contexto histórico y algunas ficciones materializadas en una serie de acciones registradas en vídeo o en audio, fotografías, escritos y documentos; todos ellos dispositivos que abren la dimensión sensorial de lo memorable. La artista reconstruye desde las artes visuales su linaje femenino, explorando la posibilidad de generar una historia desde los afectos, lo que le permite establecer conexiones inesperadas entre tiempos discontinuos y trabajar con la imaginación material de algo que ya no está, dado que no hay sujeto sin imágenes. La genealogía tiene que ver justamente con los modos de ser sensible, como ha puesto de manifiesto Andrea Soto Calderón, pues las imágenes nos configuran en eso que Jacques Rancière denominó el reparto de lo sensible. Roland Barthes, por su parte, afirmaba que la fotografía, como emanación del referente que es, reproduce al infinito algo que únicamente ha tenido lugar una sola vez, de modo que está enteramente lastrada por la contingencia; de ahí que se precise una coartada que la haga significar a través del mito6. Es curioso, porque la fotografía es, por definición, una repetición en sí misma.
Las fotografías de Nieves Correa, en riguroso blanco y negro, son de tamaño real. Representan a N. F., su abuela paterna; Julia, su tía abuela paterna, hermana de N. F.; y Rosario, la abuela materna. Las tres visten de negro, como mandaban los cánones de la época, y se acompañan de objetos que las conectan con el presente.
N. F. lleva una mantilla de encaje y sujeta con las dos manos una pieza de tela bordada y un rosario. Su mirada se pierde a lo lejos. Él lleva un sombrero en su mano derecha; sin embargo, ha sido eclipsado por unos rectángulos negros, como en el borrado de un expediente. La imagen se repite a medida que se va haciendo cada vez más pequeña. Junto a ella, una invitación de boda de su hijo Antonio Correa Fernández, padre de la artista, en la Pontificia y Real Iglesia del Buen Suceso de Madrid el día 24 de octubre de 1954, a las cinco y media de la tarde.
Julia, soltera, se fue a vivir con su hermana Nieves Fernández cuando esta enviudó, ayudando en el negocio familiar y en la crianza de los hijos. No se conserva ninguna imagen de ella, tan solo un documento del Cementerio Municipal de Madrid donde se hace constar su inhumación el 18 de enero de 1971. Murió cuando Nieves Correa tenía unos diez años y su memoria se extinguió, de ahí que se pregunte “por qué no construir un pasado mítico en torno a una figura femenina casi desaparecida que supeditó su existencia a los cuidados familiares”. En la fotografía que la representa, está de pie, vestida de negro, junto a una columna de mármol de fuste acanalado, apoyando sus manos y sus tacones firmemente sobre otra columna lisa. No podemos ver su rostro, tan solo un pequeño paisaje con un camino, unos árboles y unas casas con un sencillo marco de madera que la artista compró en el rastro de Gijón, sorprendentemente, firmado por una mujer que se llamaba igual que ella.
Rosario murió siendo su hija, la madre de Nieves, muy pequeña, por lo que la existencia de la abuela quedó ligada a la fotografía del día de su boda. Su marido ejerció como médico en el Hospital General de Madrid, hoy ocupado por el Museo Reina Sofía. En la imagen, ella está de pie, apoyada sobre el respaldo de la silla donde su cónyuge, sentado, posa con traje negro y pajarita blanca mientras apoya sus pies en un cojín. Ella, también de negro, lleva un velo blanco y un rosario colgando de su muñeca izquierda. Ambos esbozan una sonrisa. Nieves Correa inventa una ficción especulativa en torno al posible encuentro que ambos tuvieron en el mencionado hospital, donde tal vez ella trabajó como enfermera tras haber estudiado en la Escuela de Enfermería Santa Isabel de Hungría. Un vídeo cubre parcialmente el rostro de su marido de manera que solo ella resulta visible.
Las dos abuelas están acompañadas por sus maridos y llevan un adorno floral. Es evidente que las fotografías fueron tomadas con vistas a poseer algún testimonio material de sus respectivas celebraciones. Las imágenes hablan independientemente de que hayan tenido contacto directo o no con el referente verdadero. Cada una de ellas nos traslada a un contexto preciso donde volcamos nuestros propios recuerdos, pese a la escasez de documentación y al lastre de una memoria histórica atravesada de violencias donde las mujeres, contadas siempre por otros, han sido sistemáticamente excluidas del gran relato, relegadas a una posición subalterna y eclipsadas por las figuras de autoridad masculina.
“Todos los días deberíamos dar gracias a Dios por habernos privado a la mayoría de las mujeres del don de la palabra, porque si lo tuviéramos, quién sabe si caeríamos en la vanidad de exhibirlo en las plazas”. Discurso pronunciado por Pilar Primo de Rivera en el V Consejo Nacional de la Sección Femenina de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS), Barcelona, 10 de enero de 1941.
Las mujeres hemos sido inscritas en genealogías patriarcales y, por tanto, borradas, desposeídas de nuestros cuerpos y saberes hasta la desaparición y el consiguiente olvido. La amnesia histórica, según Adrienne Rich, es “hambruna para la imaginación” y uno de sus efectos más erosivos es que no podemos construir sobre lo anterior porque no sabemos siquiera que estuviera ahí, así que, nos exhorta, recogiendo las palabras de Monique Wittig en Les Guérillères: “Intentad recordar —y si eso falla, inventad”7. Rehabilitar nuestro pasado y nuestra propia estirpe es, por tanto, un gesto político. Nieves Correa se sirve de la acción y de algunos objetos o dispositivos que le permiten encarnar la existencia invisible de sus antepasadas, proporcionándonos ese devenir imagen de sus ancestras. Su cuerpo es el canal.
Coser. Nieves Correa recupera las labores de aguja de su abuela paterna en toda su potencia metafórica. La artista evoca el trabajo manual de tantas mujeres dedicadas a un trabajo invisible basado en la repetición, que es el que sostiene la vida humana desde sus orígenes, pese a haber sido omitido de los grandes relatos, tanto de la historia de la tecnología como de la historia del arte. El cuerpo de las mujeres, una vez más, como el efecto de la repetición de todo un repertorio de tareas a través de las cuales se produce y normaliza el género. Sin embargo, coser es también una forma de escritura y un medio de expresión que nos conecta, dotado de profundas resonancias simbólicas.
Caminar. La artista se pone en los zapatos de su tía abuela para que siga recorriendo el mundo, haciéndose cuerpo en el espacio público en un hermoso acto de resistencia profundamente ligado a la emancipación y la libertad. Los zapatos rojos van marcando el compás mientras atraviesa las calles de la ciudad, todo ello visto desde una serie de planos rasantes que intensifican la acción de desplazamiento. Hay algo ritual e hipnótico en cada uno de sus gestos. Caminar como metáfora de vivir.
Desgarrar. Unas manos rasgan con decisión unos lienzos de tela blanca (nuevamente, las capas de sentido se multiplican). El sonido se acaba imponiendo sobre la acción, que anuncia lo que viene después: cuidar, sanar, reparar, proteger… Nieves Correa encarna a su abuela materna a través de un gesto que produce la reminiscencia del recuerdo y lo revive, como si el objeto imitado tomara posesión del ser que imita8. Los jirones de tela, restos de la acción, han sido cuidadosamente dispuestos frente a la imagen, como la huella de una historia en blanco.
Escribir. El recorrido expositivo se inicia con una acción que sirve, al mismo tiempo, de epílogo. La artista inscribe su propia existencia en más de una treintena de páginas, cuadriculadas de forma minuciosa, donde ha escrito todos los días de su vida, desde su nacimiento, un 20 de abril de 1960, hasta la muestra pública del proyecto. Las fechas han quedado contabilizadas siguiendo las convenciones de datación, por orden cronológico, subrayando la importancia del gesto manual y el compromiso que implica frente al uso descontrolado de las nuevas tecnologías. Cada día escrito afirma un presente que remite forzosamente a un tiempo ya pasado. El papel de estraza, áspero y sin blanquear, recuerda los envoltorios de las llamadas tiendas de ultramarinos, que también se utilizaban para llevar las cuentas. Querido diario es un calendario que recorre el perímetro de la sala registrando el paso del tiempo como indicador temporal del propio ser. Junto a los papeles, una mesa y una silla, a modo de pupitre con otra hoja donde la artista escribirá los días transcurridos desde la apertura hasta el cierre de la exposición. Nieves Correa documenta lo único que no se repite: la vida. De hecho, la propia repetición es rotundamente imposible, porque siempre se produce alguna diferencia. La acción se presenta como un ejercicio disciplinado de constancia que nos devuelve al presente una y otra vez. Sin embargo, la percepción del transcurso del tiempo nos deja una pregunta sobre nuestra propia finitud.
El fondo sonoro procede de una cinta magnetofónica familiar donde no se escucha nada, salvo algunos ruidos y las voces de una niña y un hombre, salpicadas a lo largo de una grabación de más de tres horas. El espacio que queda entre diferentes tiempos cobra así una mayor presencia, aunque se da la paradoja de ser todo un guiño a la ausencia. La niña es la propia Nieves Correa a los cinco años diciendo: “¡mamá, un vasito de leche!”, “después de ir a casa muy contenta…” o “…ha habido muchos cánticos”, mientras que el hombre, su padre, declara: “allí en medio estoy yo” o “yo estoy con vosotros todos los días”; fragmentos que remiten a una infancia feliz, pero también a la presencia paterna como fuente de estabilidad y protección durante los primeros años de la vida.
En el espacio contiguo, junto a las imágenes de N. F. y Julia, escuchamos unas voces sintetizadas generadas por un lector digital similar a los asistentes virtuales de voz, con esa asepsia y supuesta objetividad que contrasta con el contenido emocional de los relatos. Las voces leen una serie de cartas que nunca fueron escritas, proporcionándonos ese excedente de existencia imaginaria de su pasado familiar. Nieves Correa ha reconstruido las historias que quedaron en sordina, pero pudieron ocurrir tal cual, dejando constancia de un intercambio epistolar que remite a un tiempo y un espacio que atraviesa España de 1915 a 1954, esto es, el reinado de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la Guerra Civil y buena parte de la dictadura de Franco, un tiempo de represión y silencio, los mejores aliados del régimen, particularmente para las mujeres.
“Para volverse un ancestro hacen falta recuerdos […]. Aunque sea el recuerdo de otro, un recuerdo por delegación”, sugiere Vinciane Despret9. Y recordar es un acto de creación, de ahí esa sensación de encuentro entre la realidad y la ficción que atraviesa todo el proyecto. De acuerdo con Walter Benjamin, articular el pasado históricamente no significa reconocerlo «tal y como propiamente ha sido», sino, más bien, “apoderarse de un recuerdo que relampaguea”10.
Todas las identidades reconstruidas por Nieves Correa portan algún objeto real que les sirve de conexión con el presente. La paradoja es que otro de los mecanismos que explora para incluirlas en el flujo continuo de la vida tiene que ver con su presencia en el espacio virtual, una vía de acceso a lo invisible que proporciona otras formas de disponibilidad. Las tres tienen un perfil digitalizado en Instagram: nievesfernandez_1895, julia_fernandez1971 y rosario_perez1926, como una suerte de reencarnación digital que, de alguna manera, hace que sus vidas se prolonguen más allá de la muerte. Los propios QR son códigos encriptados para almacenar la memoria en forma de matriz. Todos los perfiles comparten idéntica presentación: “Contra todo pronóstico aquí estoy!!! Larga vida a la virtualidad…”. Sus fotos nos permiten intuir un poco más sobre ellas: en el caso de N. F., los lugares que supuestamente frecuentaba y sus perfiles ornamentales favoritos; Julia, sin embargo, se revela como una mujer viajera e interesada por el arte; y, finalmente, Rosario, manifiesta claramente su pasión por la botánica y las plantas medicinales. La artista constata cómo hoy el espacio virtual se ha transformado en un lugar de invocación de presencias que muchas veces recuerda a las sesiones de espiritismo, como si se avistara una nueva frontera entre la vida y la muerte. Por otro lado, se pregunta si la presencia ha sido reemplazada por la representación, planteando una reflexión sobre el alejamiento gradual del cuerpo en la era digital a consecuencia de la interacción de identidades siempre a la fuga; de ahí la ironía de los tres fanales que las salvaguardan o, tal vez, hacen más visible su confinamiento.
Nieves Correa es heredera de la mujeres que irrumpieron con sus cuerpos en el espacio público de los setenta apostando por una disciplina tan poco conocida como el arte de acción. Según Maite Garbayo, sus apariciones poseían un deje fantasmático que quedó fijado en las imágenes, pues la presencia se define en contraposición a la ausencia: “Si el fantasma es una forma de ser del sujeto frente al otro, de aparecer frente al otro, la realidad que el sujeto configura es siempre una fantasmatización de una supuesta realidad objetiva que toma forma en el cuerpo”11.
El título de Steampunk tiene que ver precisamente con ese planteamiento retrofuturista que permite jugar con el anacronismo, haciendo coexistir el tiempo real con la imaginación del pasado y la especulación sobre el futuro. “Steam” significa vapor y “punk” es un término estrechamente ligado a la libertad en su máxima expresión. Es curioso, porque el siglo XX, heredero de esa época victoriana donde la representación prevalecía sobre la presencia, fue prolijo en apariciones y espiritismo, otro dispositivo de resistencia, al menos en lo que respecta a los saberes feministas ligados a conocimientos o formas de existencia no regladas ni controladas. La propia Vinciane Despret afirma que podríamos incriminar al gas de alumbrado, que en su tiempo fue el símbolo de la tecnología moderna que trajo nuevas formas de ver el mundo, por la desaparición de los fantasmas12, si bien la electricidad impulsó también nuevos mecanismos para comunicarnos con los difuntos (las luces que se encienden y se apagan, una radio, el teléfono y el telégrafo tuvieron una función similar a la de las redes sociales hoy, al menos en lo que respecta a la manifestación de una presencia ausente). Nieves Correa hace convivir las viejas tecnologías, como las cintas magnetofónicas o el registro en vídeo con los dispositivos digitales propios de nuestro tiempo, eso sí, iluminados por unas metafóricas bombillas que nos remiten a la vieja luz de gas tan grata al universo duchampiano y, por extensión, a todo el movimiento dadá. Steampunk tiene que ver además con lo “poshumano”, entendido como un sujeto teórico que ha trascendido sus limitaciones biológicas y culturales modificando su cuerpo con la ayuda de la tecnología. Encarna, por consiguiente, ese devenir cíborg enunciado por Donna Haraway.
Sabemos que el duelo es un régimen disciplinario donde el muerto no juega otro rol más que el de hacerse olvidar, según una concepción laica “desencantada” que nos insta a cortar todos los lazos con los fallecidos, apunta Vinciane Despret13. Nieves Correa profundiza en nuevas prácticas de encantamiento. El suyo es un devenir con que, tal como propone esta autora, tendrá que ser conjugado en “futuro perfecto” o en un “futuro anterior” pues, “en lo sucesivo, habrá sido”14.
Steampunk arranca así: “En lugar de contar una historia, la obra sería el dispositivo con el que construir una historia imposible ya de arrebatar al pasado”15.
Notas:
[1] Vinciane Despret: A la salud de los muertos. Relatos de quienes quedan. La Oveja Roja, Madrid, 2022, p. 35.
[2] Ibidem, p. 78.
[3] Esta sentencia en latín, que puede traducirse como “acuérdate de aquella que ha vivido”, fue escrita por Roland Barthes como parte de su Diario de duelo hacia el 12 de abril de 1978.
[4] Tomás Ruiz-Rivas: “Nieves Correa: arte de acción” en Escrito a mano, cat. exp. Sala Robayera, Ayuntamiento de Miengo, 2023, p. 9.
[5] Maite Garbayo: “De cuerpos ausentes: producción de presencia y vulnerabilidad”, en Quaderns portàtils. MACBA, Barcelona, 2019, p. 17.
[6] Roland Barthes: La cámara lúcida. Notas sobre la fotografía. Paidós Comunicación, Barcelona, 1990, p. 67.
[7] Adrienne Rich: “Resistiéndose a la amnesia. Historia y existencia individual”, en Sangre, pan y poesía. Prosa escogida: 1979-1985. Icaria, Barcelona, 1986, pp. 145-146.
[8] Gilbert Simondon: Imaginación e invención. Cactus, Buenos Aires, 2013, p. 149.
[9] Vinciane Despret, op. cit., p. 180.
[10] Walter Benjamin: “Sobre el concepto de historia”, en Obras. Libro I, vol. 2, Abada Editores, Madrid, 2008, p. 307.
[11] Maite Garbayo: Cuerpos que aparecen. Performance y feminismos en el tardofranquismo. Consonni, Bilbao, 2016, pp. 53-54.
[12] Vinciane Despret, op. cit., pp. 56-58.
[13] Ibidem, p. 14.
[14] Ibidem, pp. 76-77.
[15] Cristina Peralta: “Una poética del resentimiento: memoria y moral en la obra de Louise Bourgeois”, en ARS (São Paulo), vol. 15, n.º 31, 2017. Artículo publicado a propósito del ensayo Mieke Bal: Una casa para el sueño de la razón [Ensayo sobre Bourgeois]. CENDEAC, Murcia, 2006.
Nieves Correa, Steampunk, Palacio Quintanar, Segovia. Del 15 de noviembre de 2024 al 2 de marzo de 2025.
Más información: https://palacioquintanar.com/exposiciones/steampunk