CATACLISMO

EL ENIGMA DE LA MATERNIDAD PIERDE CUERPO

Claudia-Fontes-Foreigners-1-2013Claudia Fontes, Foreigners, 2013

 

EL ENIGMA DE LA MATERNIDAD PIERDE CUERPO
Carlos Jiménez

Cuando Pierre Francastel quiso discutir el concepto de lo monumental echó mano de la Venus de Willendorf para hacer aún más creíble su argumento de que este concepto no guarda una relación necesaria con los tamaños desaforados. Y que por lo tanto no debe confundirse con la grandeza o la enormidad. Con sus 11 centímetros de altura, esta talla en piedra caliza del neolítico cabe en una mano por lo que la impresión sobrecogedora que causa no se debe a su escaso tamaño sino ante todo a lo enigmática que nos resulta a quienes no podemos sino conjeturar qué significado tuvo para quienes la tallaron y presumiblemente veneraron miles de años atrás. Pero decir que es un enigma no es suficiente. Esta rara deidad, este fetiche del nomos de la Tierra, a la que solo la ubicua ironía de nuestra cultura se ha permitido la licencia de rebautizar como “Venus”, se nos aparece como una representación extraordinariamente potente de la maternidad. Esa cabeza ciega, esos senos desmesurados, ese vientre abultado, esa vagina abierta sin atenuantes parecen confirmar que en la mujer así evocada lo importante no es el atractivo sexual ni su sublimación en la belleza sino la fecundidad. La capacidad de convertir los fuegos fatuos del uno y de la otra en gestación dilatada y en alumbramiento abrupto de una nueva vida. El enigma de la Venus de Willendorf es ciertamente el enigma de la maternidad. ¿Pero se sostiene ese enigma en esta época de la educación sexual universalizada que explica en términos positivamente fisiológicos en qué consiste la copula, la fecundación, la gestación, el parto, la lactancia? ¿Ahora que el privilegio inmemorial de la maternidad concedido a las mujeres está siendo disputado con éxito por la fecundación in vitro y aún más por la clonación? ¿Qué queda hoy del vigor indomable de la maternidad, cuando para tantas de las mujeres que se deciden a emprenderla por primera vez la edad resulta tardía y sólo con la ayuda de cuidados médicos extremos consiguen por fin realizarla?

venus willendorfVenus de Willendorf

Cierto, todavía queda en defensa del enigma de la maternidad el recurso al psicoanálisis y a la más intratable de sus sentencias: el deseo por antonomasia es el deseo de yacer con la madre y matar al padre. La represión que impide su satisfacción nutre el enigma de la madre e imposibilita descifrarlo cabalmente, al tiempo que obliga a esa operación de sublimación en la que pierde cuerpo. Escribe Terry Eagleton en La estética como ideología (2011, Trotta, Madrid, p. 207) que el cuerpo de la madre en el psicoanálisis es un “cuerpo íntimo y sin embargo idealizado; material y sin embargo milagrosamente indivisible; silenciosamente inmediato y sin embargo dotado de forma y estilizado”. Es el cuerpo de la Venus de Milo y de la de Boticelli o de las cerámicas que integran la serie Foreigners de la artista argentina Claudia Fontes, en las que el cuerpo denso, grave, impenetrable, monumental, que estaría en representación del enigma en la Venus de Willendorf, es sublimado hasta el punto de hacerse liviano, grácil, casi aéreo. Ninguna de estas cerámicas podría ser considerada una venus en sentido estricto pero si las relaciono con la de Willendorf es en primer lugar porque para ella misma las ha relacionado. En una entrevista concedida a Kekena Corvalán y publicada en la revista on line Leedor (05.07.2016) Claudia afirmó que construye “a propósito y con una conciencia política” , “figuras del tamaño de mi mano”. Y añadió: “No hace mucho, luego de haber comenzado esta serie, leí una teoría sobre la función que cumplirían en su momento las venus neolíticas. Aunque es imposible comprobarlo, esta teoría arriesga que la función de las venus neolíticas fue la de sedimentar y galvanizar el paradigma de persona en el preciso momento en que los humanos, al hacernos sedentarios, necesitamos comenzar a explorar el entorno natural de manera extractiva y acumulativa. Es decir, cuando nos comenzamos a ver por fuera de la naturaleza. Estas venus tienen todas el tamaño de mi mano, están hechas para ser sostenidas en la palma”. Y “me parece fundamental en medio de la crisis que vivimos como especie recuperar y desarrollar la inteligencia que tenemos atrapada en la mano y que se nos revela a través del tacto”.

En estas declaraciones se arraciman ideas que están circulando actualmente en torno a un nuevo y difuso culto a la madre junto con las que trae consigo la pérdida o el sentimiento de pérdida del cuerpo. El culto o la veneración a una madre nueva o milagrosamente renacida, que ha perdido cuerpo no por vaciamiento sino por desbordamiento, por desmesura, por exceso y a la que se llama Gea, la Madre Tierra o la Pacha Mama según los contextos en los que ella se manifiesta. Un culto que genera una solidaridad muy distinta a la que generó y aún genera el culto a Cristo porque ya no se da solo o exclusivamente entre los hijos del Dios Padre sino entre todas las criaturas de la Tierra: humanos, animales, plantas… Todas ellas hijas de esa Madre proteiforme y fecunda que, a diferencia del Dios Padre omnipotente y eterno, es vulnerable hasta el punto de que por primera vez en su historia está abocada a la muerte o por lo menos a la catastrófica extinción de la mayoría de las formas de vida que la habitan. Y que le dan vida. Entre cuyas causas se privilegian los extremos de irresponsabilidad suicida a los que la sociedad moderna ha llevado la tendencia a explotar “el entorno natural de manera extractiva y acumulativa”, que se inició cuando los humanos nos hicimos sedentarios. Tal y como lo recuerda Fontes en sus declaraciones. Por estas razones no me sorprende que ella haya acudido a las venus neolíticas para explicar la actitud política que rige actualmente su obra. Esas venus atestiguan ese giro decisivo en la historia que nos llevó a separarnos de la Naturaleza y a convertirla en una fuente aparentemente inagotable de recursos destinados a satisfacer dócilmente nuestras necesidades y deseos.

Cierto: la ecología y las restantes ciencias positivas que se ocupan de las cuestiones medioambientales necesitan del culto a Gea tan poco como las ciencias físico matemáticas necesitan de la hipótesis Dios para el cumplimiento cabal de sus fines. Dios no será necesario para la ciencia quedan en cambio lo sigue siendo para las sociedades que todavía no logran conjurarlo ni exorcizarlo plenamente. Obviamente no es este el lugar para intentar ni siquiera un mínimo inventario de las teorías elaboradas para explicar al hecho de que Dios aún no haya muerto, como se viene vaticinando por lo menos desde Nietzche. Pero en cambio sí que puedo aventurar aquí la hipótesis de que el culto a Gea responde a la tendencia espontánea de nuestra imaginación a personalizar aquello cuya complejidad o magnitud sobrepasa abiertamente los límites de comprensión de la conciencia individual.

Conciencia, que es siempre conciencia de sí, y que por lo mismo tiende a imaginar al mundo bajo las formas y figuras propias o características de dicha conciencia*.

De allí que resulta sintomático que Pierre Francastel y Claudia Fontes coincidan en subrayar que las venus neolíticas caben en la palma de la mano. Lo hacen porque así es como las incorpora una conciencia que cuenta ante todo con su cuerpo para tomarle la medida a las cosas y con las manos para hacer algo con ellas. Con las cosas y con las manos. Manos que todavía condensan una pléyade destrezas manuales, producto de la historia multisecular de las artes y los oficios, que hoy se enfrentan al enorme desafío que supone la más reciente de las revoluciones tecnológicas, una revolución que amenaza con devaluarlas radicalmente. Algo que resulta paradójico si tomamos en cuenta que se trata de la revolución digital, la revolución de los dedos por así decirlo, que sin embargo no parece contar con ellos más que para teclear. Fontes pretende reivindicar la destreza ancestral de las manos –su inteligencia– moldeando cerámicas con sus manos. Esta es evidentemente una decisión reactiva que se inscribe en la historia de reacciones de idéntico signo que iniciaron en la Inglaterra escenario de la primera revolución industrial tanto los ludistas destruyendo los telares mecánicos como utopistas como John Ruskin soñando con la restauración de un Medioevo habitado por una comunidad de virtuosos artesanos y buenos señores cristianos. Solo que la reacción de Fontes ocurre en una coyuntura histórica que supone dos novedades. La primera, ya está señalada: por obra precisamente del progreso técnico la Gea está en grave peligro, expuesta a un cambio climático catastrófico y a lo que los especialistas llaman “la sexta gran extinción de la vida sobre el planeta”. La segunda, que no solo están en peligro los cuerpos de las especies vivas que desaparecen a un ritmo cada día más acelerado ni las destrezas manuales sino el propio cuerpo humano el que hoy mismo está en entredicho por obra de la robótica y de la tecnología digital, sustratos e instrumentos del crecimiento exponencial de actividades y prácticas telemáticas en las que el cuerpo entero está siempre aplazado, diferido, en suspenso. En su lugar obra cada día con mayor frecuencia un cuerpo virtual.

Cada una de estas novedades, por tener un alcance global, inscribe la resistencia al progreso técnico en un ámbito que, al igual que el mismo progreso técnico, desvirtúa o neutraliza las diferencias y los límites entre artes, oficios, profesiones, clases sociales, nacionalidades, razas… Y que por esta misma razón se ofrece, al igual la conjunción de ciudadanía y esclavitud en el Imperio Romano, como el ámbito propicio para la emergencia y despliegue de religiones tan universales como de hecho ha sido el cristianismo. Esta es la baza que juega a favor del culto en ciernes a Gea y que juega igualmente a favor de la reivindicación de la inteligencia manual en entredicho. No es descartable que esta reivindicación y dicho culto terminen articulándose. Si así fuera, si la una y el otro se retroalimentaran, las cerámicas de la serie Foreigners bien podrían contar entre las obras de arte que dieran cuerpo a la misma.

 

Nota:

* Charles de Brosses, en su obra Du culte des dieux Fetiches formuló un esquema de interpretación de los fenómenos religiosos que conocerá una dilata fortuna en el pensamiento occidental. Según el mismo, los “salvajes”, aterrados o simplemente sobrepasados por los poderes de una Naturaleza todavía indómita, se esfuerzan por obtener el dominio sobre los mismos conjurándolos bajo la forma del fetiche. Este conjuro permite que el poder que poder así fetichizado queda de algún modo en manos de los mortales que imaginan su figura, la tallan o esculpen y buscan obtener su complacencia o sus favores mediante ofrendas, plegarias y sacrificios. Karl Marx recupera en El Capital el concepto de fetiche y lo reelabora para describir la relación de la conciencia común en la sociedad burguesa con la mercancía, a cuya “materialidad corpórea” tiende a atribuir los poderes que son en realidad propios de las relaciones sociales. Materialidad que para Marx resulta sin embargo indispensable para el pleno funcionamiento de estas relaciones. Y Sigmund Freud volverá en Totem y Tabu de manera más directa al esquema de De Brosses, atribuyendo a la religión el propósito de dominar los fenómenos naturales imaginando dioses que son igual de ubicuos y todopoderosos que tales fenómenos. Una buena relación del surgimiento y la historia de este concepto se encuentra en “Reflections on the History of an Idea”, ensayo de Rosalind C. Morris, incluido en el libro The Return of fetishism. Charles de Brosses and the Afterlives of an Idea (University of Chicago Press, 2016), que incluye una nueva traducción al inglés del libro de De Brosses.

 

 

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